Una inteligencia vulnerable (a propósito de Wittgenstein y ‘la bomba’)

Reloj detenido a las ocho y cuarto. Museo de la Paz. Hiroshima. (Wikipedia)

«… si no tuviéramos aquí algo bueno, no armarían tanto escándalo los filisteos
Cuesta creerlo, pero es cierto, es Ludwig Wittgenstein quien escribe estas palabras sobre la bomba en 1946, tan solo unos meses después de aquel infausto lunes, seis de agosto de 1945.
¡Qué frágil puede llegar a ser el pensamiento! Después de estas palabras, escritas cuando todavia no se habían apagado los alaridos de los hibakusha cada vez que les cambiaban el vendaje… ¿de qué podríamos hablar, de ética tal vez, de exégesis del Antiguo Testamento? ¿Cómo alguien de su altura moral pudo llegar a escribir algo tan… estúpido?

Quemaduras (una digresión)

Hideko Sumimura, Yasuko Sima, Mitsuko Kodama, Tadako Emori, Suzue Hiyama… El comandante Claude Robert Eatherly relee esos treinta nombres. Son muchachas con los rostros desfigurados por la bomba. Le escriben cuando ya han pasado casi cinco años. El día que Little boy caía sobre Hiroshima, Eatherly aún no había cumplido los veintisiete. Su mente vuelve una y otra vez a sobrevolar el cielo sobre la ciudad indefensa, hasta entonces azul… Una y otra vez vuelve a escuchar su propia voz: go ahead.

«Le escribimos esta carta para expresarle nuestra conmiseración y para asegurarle que no sentimos ningún odio hacia usted […]. Hemos aprendido a ver en usted a un camarada, y lo consideramos una víctima más de la guerra». (Ramón Andrés. Caminos de intemperie).

Sigo con Wittgenstein y su anotación de 1946:

«La angustia histérica que ahora tiene el público, o al menos eso aparenta, ante la bomba atómica, es casi una señal de que por una vez se ha hecho un descubrimiento curativo. Cuando menos, el miedo da la impresión de una medicina amarga verdaderamente eficaz»; y acaba con su frase : «No puedo librarme del pensamiento: si no tuviéramos aquí algo bueno, no armarían tanto escándalo los filisteos».

Como a Lichtemberg, también a mí me duelen cosas que a otros apenas irritan. Me duele tener que aceptar que una cabeza tan prodigiosa como la de Wittgenstein pudiese reducirse hasta ese grado de banalidad —«si no tuviéramos aquí algo bueno»—, más acorde con cualquier fratria de hooligans que con el genio capaz de poner patas arriba la filosofía analítica en la primera mitad del siglo XX. ¿Pero no es acaso su declaración una prueba de esa, por desgracia frecuente, vulnerabilidad de la inteligencia ante cualquier situación extrema? ¿Podría alguien pensar en un Wittgenstein alineado en el bando de aquellos orgullosos «vencedores», de los incapaces de, como pedía el ángel a san Juan en Patmos, mirar y ver? Pues todavía había más, tras un breve amago de recular: «… se trata quizá de un pensamiento infantil», el filósofo ponía la guinda con una bochornosa andanada: «Los que hablan ahora en contra de la producción de la bomba, son evidentemente las heces de la inteligencia».

¿Como su mentor Bertrand Russell tal vez? El veterano maestro tuvo en aquella ocasión que albergar serias dudas acerca de la madurez intelectual de su protegido. Desde luego, la postura de Russell ante la atrocidad cometida en Hiroshima —y tres días después, la todavía más fría y cruel masacre de Nagasaki— fue de todo menos ambigua, y en lo tocante a la defensa de la salud mental de Eatherly tampoco se anduvo con paños calientes:

«El único error de Eatherly fue arrepentirse de su participación relativamente inocente en la brutal masacre […] los motivos de su acción merecen la admiración de todos aquellos que todavía son capaces de albergar sentimientos humanos. Sus contemporáneos estaban dispuestos a honrarle por su participación en la masacre, pero, cuando se mostró arrepentido, arremetieron contra él, reconociendo en este arrepentimiento su propia condena». (Prefacio a El piloto de HIroshima, de Gunther Anders),

Ignoro si Wittgenstein llegó a escribir alguna vez algo sobre el ‘caso’ Eatherly, aunque cabe suponer que si lo hizo no fue para dar ánimos al piloto loco del manicomio de Waco. No quisiera ser malentendido: admiro casi sin reservas a Wittgenstein —al menos al LW al que soy capaz de llegar, uno de los más poderosos excitantes intelectuales que he conocido en mi vida. Considero, pues, estas palabras suyas como lo que son: una lamentable —y muy rara en él— pérdida del norte.

No sería justo cerrar esta entrada sin añadir unas palabras de la filosofa Hannah Arendt, quien puso algunas cosas en su sitio en relación con la doble masacre. En 1963, mientras redactaba su Eichmann en Jerusalén —ya que hablamos de banalidades, quién no recuerda aquella «terrible banalidad del mal, ante la que las palabras y el pensamiento se sienten impotentes»—, Arendt quiso decirlo y lo dijo a su manera, no exenta de aquel peculiar humor suyo que algunos siguen sin entender: al lado de la capacidad de destrucción de la energía nuclear «las instalaciones de gaseamiento de Hitler parecen un juguete para el uso de niños con malas inclinaciones».

No hablamos pues de vencedores, hablamos de malos.

J. A. Alcalá

Esencial: Günter Anders y Claude Eatherly: El piloto de HIroshima.
https://books.google.es/books?id=UFi4cQAACAAJ&hl=es&source=gbs_book_other_versions

3 Comments

  1. En este caso «yo soy mi circunstancia y yo» y el yo fue barrido como un muñeco por su circunstancia. Muy pocos previeron las consecuencias de sus actos impulsados principalmente por sus circunstancias sociales. No había tiempo para pensar solo actuar rápidamente, por eso lo pagaron con la locura y la amargura.
    Respecto a LW tal vez debió de aplicar su famoso lema de no hablar que aquello que no se sabe, y no mostrar ese jubilo al recibir la noticia, pero por muy genio que fuese no dejaba de ser un ser humano y por tanto proclive al error especialmente por dejar primar las emociones.
    De cualquier modo Oppenheimer cargo con la culpa suya y de todos para el resto de sus días, muchos otros participantes se comportaron banalmente.

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